A la intensidad la moví de lugar, le encontré un rinconcito, una esquina diminuta que es la punta del dedo meñique de mi mano izquierda. Ahí duerme, a la imteperie duerme, se despierta, aulla, mastica, escupe, vuelve a dormirse. Es como una mariposa amorfa que no terminó de ser/nacer y se emputeció poniéndose tan firme como el busto de algún procer famoso, famosísimo.
La intensidad no puede ser sino una mujer que es madre y es abuela y es también hija. No puede ser sino un hombre alto con sombrero y bigotes. No puede ser otra cosa que un niño y una niña que se dan su primer beso escondidos en el baño de una escuela privada, o entre los árboles de una plaza donde la calesita no funciona.
Y ahí está, ahora, quietecita, dormitando, soñando con imágenes y sonidos que le sobrevuelan las alitas torpes. Está ahí, calladita, juntando fuerzas para levantarse y decirle, a quien sea que se le pare enfrente, que la intensidad, hija, madre y abuela de algunos sentires, no es otra cosa que un manojo de flores esperando que alguien las ponga en agua para no secarse tan pronto.
No hay silencio que no se vuelva carrousel
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