Había que hacer las cosas correctamente. Al menos, antes de tomar cualquier decisión. Antes de decir cualquier cosa. Antes de hacer cualquier cosa.

Había que.

Como un serrucho afilado que va calando despacito la superficie donde se hayan todos los secretos, donde todos los enojos, donde todas las mentiras mejor guardadas:

uno mismo es un espejo o no es nada.

Nada que no se pueda solucionar
empezando de nuevo
con las semillitas de la bolsa cerrada.